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Pinceladas de identidad, los colores de los Andes por Mamani Mamani

Mamani Mamani ha cultivado una expresión artística que va más allá de lo visual para convertirse en testimonio de la riqueza cultural y espiritual de su pueblo. Una meditación sobre la conexión entre el hombre y la naturaleza, lo material y lo espiritual, la modernidad y las raíces… Sus obras, cargadas de simbolismos y misticismo, son la ventana hacia el alma de los Andes a través de una energía inigualable donde cada pincelada es una celebración.

¿Desde cuándo sientes interés por la pintura?
Primero, toda la energía de los Andes para ti y toda la gente que nos va a leer.
Desde muy niño empecé a manifestar mi dedicación por el dibujo, la pintura y la cerámica. Mi madre cocinaba leña y yo pintaba con carbón sobre papel periódico y cartones y, muy cerca de mi casa, también había un cimiento de arcilla donde empecé a hacer mis primeras esculturas. Era como un juego, la forma de crear.

¿Consideras que naciste o que te convertiste en artista?
Yo tengo una versión muy hermosa de cómo me hago un ser artista.
Tiene origen mitológico y es parte de la cosmovisión andina, donde se reúnen los achachilas, los sapos, el tata Illimani, el tata Sajama, el Huayna Potosí… Todas las montañas que llegan a ser una deidad para nosotros, y determinan que yo lleve los símbolos, los códigos y los colores para la alegría y el canto a la vida. Yo siempre digo que soy el hijo predilecto de la Pachamama, el hijo más consentido, porque me lleva por todos estos lugares donde he podido decir soy de Bolivia, soy aymara y esta es mi visión y mis sentimientos.

¿Cuáles fueron los logros que abrieron las puertas del exterior?
De muy joven, a los 15 años, gané un primer premio de la Unesco, seguido del premio más importante de Pedro Domingo Murillo de la alcaldía de La Paz, que es la consagración para que se abran algunas puertas y se te considere un artista importante, y luego un premio en una bienal de arte sacro en Argentina.
La primera invitación que surge es a Estados Unidos, para visitar 8 estados y presentar mis obras y dar conferencias sobre la cosmovisión andina, luego la invitación de Alemania, Japón, España, Francia y así mi vida va desarrollándose en toda esta intención de compartir las raíces de la cosmovisión andina, mis ofrendas y mi forma de ver el mundo a colores.

¿Cuál fue la obra con la que te consagras como artista?
“Muertos en Combate” fue una obra muy importante para mí, inspirada en los jóvenes estudiantes acribillados tras un levantamiento guerrillero contra el sistema. Fue una obra testimonial y un acto de dolor, porque era gente joven que estaba luchando por sus convicciones e ideales de transformar la sociedad.

Bautizó su estilo artístico como “Mágico Andino” … ¿En qué consiste?
Siempre han querido catalogar o estilizar mi arte como naif o primitivista, pero yo no he vivido esas épocas y tampoco tengo una formación de esa escuela. Mis referencias son el arte precolombino, los tejidos y esas son las fuentes de las que yo sigo bebiendo, para mí la cultura tiwanakota ha sido la máxima expresión como cultura madre. Hacen la simplificación de la línea, las formas y los colores, el cubismo en su pleno esplendor. Es un trabajo que muy poco se sabe o muy poco se difunde y que cuando en Europa nacen otras corrientes no saben que otras culturas, como la nuestra, ya habían hecho este trabajo.

¿Qué colores marcan tu obra y qué importancia tiene la elección de los mismos?
Yo compartía mucho con mi awicha (abuela) y ella decía que los colores fuertes eran para ahuyentar a los espíritus y no quedarse en la oscuridad. Que los colores son la alegría y el canto a la vida. Yo creo que cada uno de nosotros tiene un color que dar, en mi paleta de colores lo primero que tenía eran los amarillos, esa es mi fuerza.

En tu proceso creativo… ¿Qué papel juega el respeto con la naturaleza?
Así como bebo de las fuentes inagotables de la cosmovisión andina, absorbiendo la energía de las montañas y nutriéndome de la Pachamama, creo que es importante plantear a la madre tierra con derechos, como un ser vivo que siente, llora, se angustia y que también se alegra cuando su hijo es agradecido y le rinde respeto con dulces y ofrendas de colores.

¿Cómo logras manejar el reconocimiento con la búsqueda de equilibrio con la naturaleza y la reintegración con la comunidad andina?
Es difícil, los egos a veces son difíciles de superar. Creo que llevar una obra importante a otro país o haber estado en los museos más importantes en el mundo es una reivindicación de todas las naciones que aspiran y dicen reconózcanos, también somos artistas importantes. He estado tan lejos donde nunca ha habido una exposición de un boliviano o latinoamericano y he tenido en todo este caminar invitaciones de quedarme, pero siempre he vuelto. Andes donde andes, siempre regresa a los Andes. Entonces creo que este es mi espacio, mi lugar…

¿Cuáles son las obras que reconoces como las más representativas de tu arte?
Es difícil para mí decir cuál ha sido más importante. Cada serie ha marcado un desarrollo de realización como ser humano. Desde mis series de las chakanas, la morenada, los hombres coca, las imillas… son tantas series que cada uno tiene algo que dar e informar. El último trabajo que realicé en Filadelfia, la capital del muralismo, fue un mural de más de 50 metros. Este mural es una referencia para Latinoamérica y los hispanos que han migrado a Estados Unidos y una muestra de que nosotros también tenemos arte y cultura. Es una Pachamama compartiendo el vuelo del cóndor y el águila, que representan el sueño de los pueblos de que cuando vuelen juntos habrá una armonía entre el hemisferio norte y sur.

¿Consideras que el arte es igual en todos lados o que hay obras que sólo tienen sentido en ciertos lugares?
Yo creo que el arte es universal. Siento que cada lugar tiene una forma de inspiración y de ver su mundo. Para mí eso es admirable y también te alimenta de esos sentimientos profundos que tiene cada ayllu (comunidad). Me alegra mucho ver y sentir la belleza de cada lugar al que voy y compartir también la belleza de lo que llevo.

¿Crees que el éxito en el exterior fue imprescindible para lograr renombre en Bolivia?
Creo que ayudó bastante. Somos un pueblo muy pequeño con muchas naciones que le es difícil sentir admiración por su gente, mientras que la admiración hacia fuera sigue latente. Yo siempre digo, uno hace camino para los que van a venir detrás. La cosmovisión andina se resume en unas palabras simples: Que todos vayamos adelante, que a nadie le falte nada y, si alguien se queda atrás, agarrarle de la mano y llevarlo con nosotros. Creo que tenemos que valorar a toda la gente que aporta a nuestra comunidad, seguir avanzando con la fuerza de nuestra identidad y con orgullo de lo que somos.

¿Cómo es el recibimiento del arte indígena en Latinoamérica y en el resto de los continentes?
Cuando uno va a Europa, te dan un espacio a lo lejos o menor, pero cuando un maestro de Europa viene aquí sacamos la alfombra roja. No es recíproco.
Todavía hay pensamientos de desigualdad a nivel global y diferentes apreciaciones de que es arte y que no, es una lucha constante porque no hay apertura al arte indígena. Por ejemplo, en el museo latinoamericano Malba en Argentina no hay ningún arte de Bolivia. Pero en Brasil recién ha salido un libro muy interesante sobre los maestros de Latinoamérica donde por Colombia está Botero, por Ecuador está Guayasamín, por México están Diego Rivera y Frida Kahlo y, por Bolivia, pusieron a Mamani Mamani.

¿Qué se siente haber logrado que mucha gente indígena, por primera vez en la historia, haya pisado el Museo Nacional de Arte en La Paz?
Aquí siempre ha habido una mente muy conservadora, por lo que antes de exponer el museo nacional de arte ya había expuesto en otros países como Estados Unidos, México y Japón. Ha sido un gran logro como aymara y es un proceso muy importante para las nuevas generaciones de artistas que tienen que seguir rompiendo con estas herencias y puertas invisibles. Mi trabajo era la única herramienta que tenía para defenderme e imponerme ante todos estos círculos a los que no pertenecía y decir aquí estoy, soy Mamani Mamani y este es el pensamiento y sentimiento de mi comunidad.

¿Qué representa el éxito para ti?
Una alegría muy íntima es lo que me dicen en las escuelas con las que he compartido y trabajado en Oruro, Montero, Quillacollo… donde me decían: Yo también soy Mamani o, yo soy Choque o Quispe. Seguir reconociendo lo que somos y peleando para sentirnos orgullosos de donde venimos.
En una visita a Washington, una escuela pública estaba estudiando y recreando mis cuadros, nunca me había imaginado que en las escuelas de Estados Unidos se aprendiera mi arte. Yo creo que eso es lo más importante que me voy a llevar, que mis cuadros puedan ser una lección de que ellos también pueden ser artistas y creadores. Tener esa comunicación de que puedes aportar a la cultura de todos y entender el arte como un compartir. Para mi hay una palabra muy mágica que es ayni, que significa reciprocidad, que cuando uno recibe también tiene que devolver.

¿Qué proyectos o sueños aún tienes pendiente realizar?
Un proyecto sorpresa en el que venía trabajando fue el disco con David Portillo, que ya está listo para lanzarse. Es un disco dedicado a las danzas mayores como la morenada y la diablada, donde él puso la música y las composiciones y yo mis letras. Mi aporte en cuanto a la música, contiene parte de la cosmovisión andina y de cómo veo el mundo, espero que las notas musicales se transfieran como notas a colores.

Fuente: Cortesía de Mamani Mamani

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